
El Padre Molina fallece el 28 de abril de 2002. Para ese momento su Obra estaba consolidada en más de 10 países, con misioneras, misioneros y voluntarios que velaban por su cumplimiento y misión.
Son más de 1.500 personas vinculadas a nivel de colaboradores y voluntarios, de los cuales un 50% presta su servicio a tiempo completo como profesionales y/o personal contratado. Los programas sociales están activos en unas 168 casas repartidas en más de 10 países en Latinoamérica.
En Venezuela, por ejemplo, se da alimento a más de 1.000 personas en los 8 comedores comunitarios con los que cuenta actualmente. En Cusco, Perú, en el Hospital Hermana Josefina Serrano y 3 centros médicos, se han atendido 37.378 pacientes en 2019.
En el campo educacional, área clave en la estima del Padre Molina para el logro del desarrollo integral, se cuenta con 18 centros que abarcan la educación infantil, primaria y secundaria, así como Institutos Técnicos Superiores en Cuzco y Argentina con especialidades en electrónica, mecánica, automotriz, agropecuaria, enfermería y más.
Esta es una Obra que hoy sigue creciendo y cada día promueve el desarrollo integral de cualquiera que hace parte de ellas, pero a pesar de todo ello no fueron sus tantísimas fundaciones y obras su mayor logro, lo más extraordinario y sorprendente, lo más bello y agradable a Dios del Padre Molina fue él mismo. Su alma preciosa, su vida intensa de amor a Dios sobre todas las cosas. Sus virtudes, El evangelio hecho vida propia, esto ha sido sin duda lo mejor del Padre Molina.
Se necesita necesariamente a un dirigente extraordinario y heroico, aunque concedamos que no es lo usual, ya que la sentencia de Jesús se cumple: “Todo árbol bueno da frutos buenos… Un árbol no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos… Así que por sus frutos los reconoceréis.”
La vida del Padre Molina ha sido un testimonio perenne a seguir, que se puede poner en práctica y ser ejemplo para cualquiera que desee subir hasta las cimas más elevadas de la caridad.